Cuando comencé a leer el manuscrito de Un llamado a la pureza, el libro que ahora tiene usted en sus manos, mi primera reacción fue de enojo. Sentí como si alguien me estuviera condenando y prácticamente destrozando hasta el último pedacito de mi vida. ¿Cómo podría hacer eso una persona que ni siquiera había experimentado lo que yo he vivido? Pensé que quizás la relación cristiana perfecta o el matrimonio cristiano perfecto podría lograrla alguien que viviera dentro de los confines de alguna comunidad devota, pero aquel ideal nunca estuvo a mi alcance. Mis padres se han divorciado y se han vuelto a casar más de una vez y yo estoy esperando dar a luz al hijo de un hombre con el cual no estoy casada. Ésta es mi realidad.
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